Antes de cualquier presentación artística en un teatro, sala de concierto, club, estudio de radiodifusión o similar, suele hacerse una prueba de sonido. Es el momento en que se llevan a cabo un conjunto de ajustes en el sistema tecnológico, necesarios para alcanzar un óptimo resultado sonoro, tanto para la audiencia como para los intérpretes.
Aún después de 34 años de carrera, el soundcheck, como le llaman los anglosajones y mucha gente de la industria, sigue siendo para mí como un deporte de alto riesgo, en el que la adrenalina fluye por los poros, se trabaja contra reloj y bajo mucha presión, y el resultado puede ser gratificante o tan frustrante que pudiera costarte la carrera. En este artículo quisiera compartir algunos tips que —con éxito— he puesto en práctica durante estos años, y que pudieran ahorrarle, a técnicos y artistas noveles, algunos malos ratos.
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